martes, 28 de septiembre de 2010
Sanación
domingo, 13 de junio de 2010
13 de Junio, Día de San Antonio de Padua!
Nació en Lisboa, Portugal un 15 de agosto de 1195, y originalmente se llamó Fernando Martim de Bulhoes e Taveira Azevedo, luego desarrolló su vida en Padua, Italia. Hijo de una familia aristocrática, de altos ingresos económicos, dejó toda la ilusión material para acercarse a Dios y dedicar su vida por los demás.
Los días martes de cada semana en los templos e iglesias dedicados a su honor se acostumbran regalar pan bendito, el pan de los pobres o también el Pan de San Antonio, pues él siempre se preocupó por los más necesitados. Los niños más pequeños que aún no han hecho su primera comunión, toman pan bendito durante la comunión para recibir bendiciones de Dios. El número 13 es el número de San Antonio por el día en que falleció: 13 de junio.
Es el santo patrono de los franciscanos pues él era también de la Orden de San Francisco de Asís, y a lo largo de la historia se le ha invocado contra los naufragios, el hambre, para cuidar a los animales domésticos, proteger a los ancianos, pescadores, cosechas, embarazadas y mujeres estériles.
Si vas a Padova, o Padua en Italia y visitas su Basílica, verás una gran capilla donde se encuentran sus restos y reliquias. Al entrar, te piden venerarlo en absolluto silencio y si llevas un rosario o una medalla, colocarlo junto a su tumba, ante la cual sentirás su fuerte energía, una paz y una fortaleza en la fe.
Oh Bendito San Antonio, el más gentil de todos los santos, tu amor por Dios
y tu caridad por sus criaturas, te hicieron merecedor, cuando estabas aquí
en la tierra, de poseer poderes milagrosos. Los milagros esperaban tu palabra,
que tú estabas dispuesto a hablar por aquellos con problemas o ansiedades.
Animado con este pensamiento, te imploro que obtengas para mí (hacer aquí tu
petición). La respuesta a mi rezo puede que requiera un milagro, pero aún así tú
eres el Santo de los Milagros.
Oh gentil y querido Santo, cuyo corazón siempre está lleno de COMPASIÓN
humana, susurra mi petición a los oídos del Dulce Niño Jesús, a quien le gustaba
estar entre tus brazos, y por siempre tendrás la gratitud en mi corazón.
Rezar 13 padrenuestros, ave maría y glorias.Para saber más de San Antonio, te recomiendo este portal:
http://www.sanantoniodepadua.org/portale/home.aspHoy en un día de Muchas celebraciones y festejos para San Antonio, si tienes la oportunidad de asistir a una, ve, San Antonio te tendrá una sorpresa.
viernes, 5 de febrero de 2010
Mi familia: amor, orden, limpieza y oración
Si bien, como advirtiera el cardenal Ratzinger el 17 de abril de 1993 como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, los escritos místicos de María Valtorta (1897-1961) «no pueden ser considerados de origen sobrenatural», sino que «son simplemente la forma literaria utilizada por la autora para narrar en su propia forma la vida de Jesús», también es verdad que dicha Congregación no han visto en ellos algo contrario a la fe y la moral. Por eso publicamos este extracto de «La Sagrada Familia en Egipto», como un sencillo ejercicio que nos permita imaginar cómo era la vida cotidiana de Jesús, María y José, y sacar algunas lecciones para las familias de hoy.
«El lugar es Egipto. No tengo dudas, porque veo el desierto y una pirámide. «Veo sobre el terreno una casucha de un solo nivel, pintada de blanco. Una pobre casa de gente muy pobre. Los muros apenas aplanados y pintados con una mano de cal. La casa está en medio de un poco de terreno arenoso rodeado de una estacada de cañas clavadas en el suelo.
«En este poco de terreno ha sido cultivado pacientemente, a pesar de lo árido y duro, un huertecillo. Veo las modestísimas verduras en los pocos arriates del centro. Está amarrada una cabrita blanca y negra, que come las hojas de algunas ramas puestas en el suelo.
«Cerca de allí, sobre una estera extendida en el piso, está Jesús niño. Me parece que tiene como dos años, o dos y medio como máximo. Juega con algunos pedacitos de madera tallados, que parecen ovejitas o caballitos, y con algunas virutas de madera clara. Con sus manos trata de poner estas virutas de madera en el cuello de sus animalitos.
«Tiene puesta una especie de larga camisita blanca, que con seguridad es su túnica. En los pies, por ahora, no tiene nada. Las minúsculas sandalias también le sirven de juguetes al Niño, quien pone sus animalitos dentro de las sandalias y jala de las correas como si fuese un carrito.
«Un poco más allá está la Virgen. Está tejiendo en un rústico telar y cuidando al Niño. Veo sus manos delgadas ir y venir manejando la lanzadera sobre el tejido, y su pie, calzado con sandalias, mueve el pedal. Está vestida de una túnica color flor de malva. Tiene la cabeza descubierta.
«En cierto momento se levanta y se inclina sobre el Niño, al cual le pone las sandalias y se las amarra con cuidado. Luego lo acaricia y lo besa sobre la cabeza y en los ojitos. Luego regresa a su telar, extiende sobre la tela y sobre la trama una cubierta, toma el banco y lo lleva a casa.
«Se ve que el trabajo ha terminado y se acerca la noche. María regresa. Toma de la mano a Jesús y lo hace que se levante de su estera. El Niño obedece sin resistencia. Mientras la mamá recoge los juguetes y la estera y los lleva a casa, Él corre hacia la cabrita y le pone los brazos en el cuello. La cabrita restriega su hocico en el hombro de Jesús.
«María regresa. Ahora tiene un largo velo sobre la cabeza y un ánfora en la mano. Toma a Jesús por la mano.
«Veo que enfrente de la casa el cercado se interrumpe por una rústica puerta, que María abre para salir al camino. Se encaminan hacia una cisterna o pozo, que está a algunas decenas de metros más arriba.
«Observo que por el camino avanza un hombre no demasiado alto pero fornido. Reconozco a José, que sonríe.
«Al ver a Jesús y María, apresura el paso. Tiene en el hombro izquierdo una especie de sierra, y en la mano lleva otras herramientas de su oficio. Tiene una túnica de un color entre avellana y marrón. En los pies lleva sandalias.
«María sonríe y el Niño da grititos de alegría. Cuando los tres se encuentran, José se inclina ofreciendo al Niño una fruta que parece una manzana. Luego le extiende los brazos, y el Niño deja a su mamá y se anida en los brazos de José, inclinando la cabeza en el hueco del cuello de José, quien lo besa y es besado.
«Olvidaba decir que María se había apresurado a tomar las herramientas de trabajo de José, para dejarlo libre y que abrazara al Niño. Luego José, que se había acuclillado para ponerse a la altura de Jesús, se levanta, retoma con la mano izquierda sus herramientas y sostiene sobre su robusto pecho, con el brazo derecho, a Jesús. Se encamina hacia la casa, mientras María va a la cisterna a llenar su ánfora.
«Mientras tanto, en el interior de la casa José deja al Niño, toma el telar de María y lo lleva a la casa, luego ordeña a la cabrita. Jesús observa atentamente estas actividades.
«La noche llega. José entra en la casa, en una parte que debe ser taller, cocina y comedor juntos. Se ve que la otra parte debe estar destinada a los dormitorios. Se ve un banco de carpintero, una pequeña mesa, algunos bancos, repisas con una poca de vajilla y dos lámparas de aceite. En un rincón está el telar de María. Hay mucho orden y limpieza. Es una morada paupérrima; sin embargo, muy limpia.
«Ésta es una observación que hago: en todas las visiones referentes a la vida humana de Jesús, he notado que tanto Él como María, José y Juan son siempre ordenados y limpios en sus vestimentas y en el rostro y cabeza.
«María regresa con el ánfora, entra y cierra la puerta. La estancia es iluminada por una lámpara que José ha encendido y puesto sobre su banco de carpintero, donde se inclina a trabajar nuevamente en unas pequeñas tablas, mientras María prepara la cena. Jesús, con las manos apoyadas en el banco, observa lo que José está haciendo.
«Después de haber rezado, se sientan a la mesa. Es José quien ora y María responde. Pero no entiendo nada. Debe ser un salmo. Aunque dicho en un idioma que me es totalmente desconocido.
«Ahora la lámpara está sobre la mesa. María tiene en su regazo a Jesús, a quien da de beber leche de la cabrita, mojando pedazos de pan cortados de una hogaza gorda. Parece pan hecho con centeno o cebada. Por su parte, José come pan y queso, un pedazo de queso y mucho pan. Luego María pone a Jesús sentado en un banquito cerca de ella y coloca en la mesa las verduras cocidas. Ella come después que José se ha servido. Jesús mordisquea tranquilamente su manzana y sonríe. La cena termina con aceitunas o dátiles —para ser aceitunas son demasiado claras y para ser dátiles están demasiado duros—. Nada de vino. Es la cena de gente pobre. Pero es tanta la paz que inunda esta estancia, que la visión de ningún palacio podría igualarse».
Reflexión
Dice Jesús a María Valtorta:
«La lección, a ti y a los demás, es una lección de humildad, de resignación y de gran armonía. Presentada como ejemplo para todas las familias cristianas, especialmente a las familias cristianas de esta particular y dolorosa época. Muchos, tan sólo porque son de los ‘medianos’ fieles que oran y me reciben en la Eucaristía, que oran y comulgan por ‘sus necesidades’, no por las necesidades de las almas y por gloria de Dios —porque es muy raro quien al orar no sea egoísta— muchos pretenderían tener una vida material fácil, próspera y feliz.
«José y María me tenían a Mí, Dios verdadero; sin embargo, [en Egipto] no tuvieron siquiera el pobre bien de ser pobres pero en su patria, en su pueblo donde, por ser conocidos, era más fácil encontrar trabajo.
«Con todo, tú los has visto, en esa casa prevalece la serenidad, la sonrisa, la concordia, y de común acuerdo se busca hacerla más agradable, incluso el pobre huerto, para que sea lo más semejante al que se dejó. Hay tan sólo un pensamiento: que a Mí sea menos desfavorable la Tierra. Amor de creyentes y de padres que se expresa en miles de cuidados, que van desde la cabrita, comprada con muchas horas extras de trabajo, a los juguetes hechos con los sobrantes de la madera, a la fruta comprada sólo para Mí, negándose ellos un bocado de alimento.
«En esa casa no hay nerviosismos, disgustos, caras largas, y no hay reproches recíprocos y mucho menos hacia Dios, que no los llena de bienestar material. José no reprocha a María que sea la causa de sus dificultades, y María no reprocha a José porque no sabe darle un mayor bienestar. Se aman santamente, eso es todo, y por eso su preocupación no es el propio bienestar, sino el del cónyuge.
«En esa casa se oraba. Ahora, en las casas se ora demasiado poco. Amanece y llega la noche, empiezan las labores y os sentáis a la mesa sin un pensamiento para el Señor, que os concede permiso de ver un nuevo día, de poder llegar a la nueva noche, que ha bendecido vuestro cansancio y os ha concedido que se convirtiese en medio para tener la comida, el fuego, la ropa, un techo, todo esto tan necesario a vuestra humanidad. Siempre es bueno lo que viene de Dios. Incluso si es pobre y escaso, el amor le da sabor.
«En esa casa había sobriedad. Habría habido aunque el dinero no faltase. Se come para vivir, no se come para darle gusto al paladar con la avidez de la gula y con caprichos de golosos, que se llenan al máximo y derrochan dinero en alimentos costosos sin un pensamiento para quien está escaso de alimento o de plano privado de él.
«En esa casa se amaba el trabajo. Se amaría aunque hubiera dinero abundante, porque en el trabajo el hombre obedece al mandato de Dios y se libera del vicio que como hiedra tenaz envuelve y sofoca a los ociosos, que son semejantes a piedras inmóviles.
«En esa casa reinaba la humildad. María habría tenido miles y miles de razones para ensoberbecerse. Muchas mujeres lo hacen tan sólo por ser un poco más cultas, o de origen más noble, o de fortuna superior a la del marido. María es Esposa y Madre de Dios; sin embargo, sirve —no se hace servir— al cónyuge, y es todo amor para él. José es el jefe de la casa. No obstante, es diligente en aligerar el cansancio y las labores a María, y las más humildes ocupaciones de una casa las hace él para que María no se canse».
27 de diciembre de 2009, Año 14, No. 755 El Observador