viernes, 5 de febrero de 2010

Mi familia: amor, orden, limpieza y oración




Este texto salió hace poco en una publicación local católica, El Observador. No sé muy bien quién es la vidente, pero el mensaje y la interpretación me encantó.

Personalmente, me encuentro en una etapa de mi vida en la que quisiera formar mi propia familia, pues la mía mía prácticamente se está acabando. En España, he encontrado una hermosa familia que tiene muchas de las características de La Sagrada Familia y he tenido la fortuna de que me han semiadoptado y esto para mí es hermoso porque mi sentido de pertenencia se identifica ya con ellos, sí me siento parte de mi familia mallorquina.


También mi hogar está consagrado a La Sagrada Familia. En el centro de la casa hay un pequeño altar con un cuadro grande y bendecido (igual al que ilustra el comienzo de esta entrada), fue regalado a mi madre por el párroco de nuestra colonia. Ya hace muchos años que mi hogar es el hogar de La Familia de Jesús, Jósé y María.
Y aunque sea un poco solitaria, decía que sí, sueño con algún día formar una familia, como las que yo tengo de referencia y que en sí mismas tienen en común: el amor, el orden, la limpieza, la oración y la paz. Estar con estas 2 familias, me produce eso, una sensación de cariño y paz. Y eso sólo significa una cosa: Ahí, con estas familias está Dios.
Por eso, me encantó la videncia que ahora les comparto. Y espero, muy pronto, formar la mía, mi propia family. Llena de amor, paz, orden y limpieza.

La Sagrada Familia... ¿Cómo habrá sido su vida cotidiana?


Si bien, como advirtiera el cardenal Ratzinger el 17 de abril de 1993 como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, los escritos místicos de María Valtorta (1897-1961) «no pueden ser considerados de origen sobrenatural», sino que «son simplemente la forma literaria utilizada por la autora para narrar en su propia forma la vida de Jesús», también es verdad que dicha Congregación no han visto en ellos algo contrario a la fe y la moral. Por eso publicamos este extracto de «La Sagrada Familia en Egipto», como un sencillo ejercicio que nos permita imaginar cómo era la vida cotidiana de Jesús, María y José, y sacar algunas lecciones para las familias de hoy.

«El lugar es Egipto. No tengo dudas, porque veo el desierto y una pirámide. «Veo sobre el terreno una casucha de un solo nivel, pintada de blanco. Una pobre casa de gente muy pobre. Los muros apenas aplanados y pintados con una mano de cal. La casa está en medio de un poco de terreno arenoso rodeado de una estacada de cañas clavadas en el suelo.

«En este poco de terreno ha sido cultivado pacientemente, a pesar de lo árido y duro, un huertecillo. Veo las modestísimas verduras en los pocos arriates del centro. Está amarrada una cabrita blanca y negra, que come las hojas de algunas ramas puestas en el suelo.

«Cerca de allí, sobre una estera extendida en el piso, está Jesús niño. Me parece que tiene como dos años, o dos y medio como máximo. Juega con algunos pedacitos de madera tallados, que parecen ovejitas o caballitos, y con algunas virutas de madera clara. Con sus manos trata de poner estas virutas de madera en el cuello de sus animalitos.

«Tiene puesta una especie de larga camisita blanca, que con seguridad es su túnica. En los pies, por ahora, no tiene nada. Las minúsculas sandalias también le sirven de juguetes al Niño, quien pone sus animalitos dentro de las sandalias y jala de las correas como si fuese un carrito.

«Un poco más allá está la Virgen. Está tejiendo en un rústico telar y cuidando al Niño. Veo sus manos delgadas ir y venir manejando la lanzadera sobre el tejido, y su pie, calzado con sandalias, mueve el pedal. Está vestida de una túnica color flor de malva. Tiene la cabeza descubierta.
«En cierto momento se levanta y se inclina sobre el Niño, al cual le pone las sandalias y se las amarra con cuidado. Luego lo acaricia y lo besa sobre la cabeza y en los ojitos. Luego regresa a su telar, extiende sobre la tela y sobre la trama una cubierta, toma el banco y lo lleva a casa.

«Se ve que el trabajo ha terminado y se acerca la noche. María regresa. Toma de la mano a Jesús y lo hace que se levante de su estera. El Niño obedece sin resistencia. Mientras la mamá recoge los juguetes y la estera y los lleva a casa, Él corre hacia la cabrita y le pone los brazos en el cuello. La cabrita restriega su hocico en el hombro de Jesús.

«María regresa. Ahora tiene un largo velo sobre la cabeza y un ánfora en la mano. Toma a Jesús por la mano.

«Veo que enfrente de la casa el cercado se interrumpe por una rústica puerta, que María abre para salir al camino. Se encaminan hacia una cisterna o pozo, que está a algunas decenas de metros más arriba.

«Observo que por el camino avanza un hombre no demasiado alto pero fornido. Reconozco a José, que sonríe.

«Al ver a Jesús y María, apresura el paso. Tiene en el hombro izquierdo una especie de sierra, y en la mano lleva otras herramientas de su oficio. Tiene una túnica de un color entre avellana y marrón. En los pies lleva sandalias.

«María sonríe y el Niño da grititos de alegría. Cuando los tres se encuentran, José se inclina ofreciendo al Niño una fruta que parece una manzana. Luego le extiende los brazos, y el Niño deja a su mamá y se anida en los brazos de José, inclinando la cabeza en el hueco del cuello de José, quien lo besa y es besado.

«Olvidaba decir que María se había apresurado a tomar las herramientas de trabajo de José, para dejarlo libre y que abrazara al Niño. Luego José, que se había acuclillado para ponerse a la altura de Jesús, se levanta, retoma con la mano izquierda sus herramientas y sostiene sobre su robusto pecho, con el brazo derecho, a Jesús. Se encamina hacia la casa, mientras María va a la cisterna a llenar su ánfora.

«Mientras tanto, en el interior de la casa José deja al Niño, toma el telar de María y lo lleva a la casa, luego ordeña a la cabrita. Jesús observa atentamente estas actividades.
«La noche llega. José entra en la casa, en una parte que debe ser taller, cocina y comedor juntos. Se ve que la otra parte debe estar destinada a los dormitorios. Se ve un banco de carpintero, una pequeña mesa, algunos bancos, repisas con una poca de vajilla y dos lámparas de aceite. En un rincón está el telar de María. Hay mucho orden y limpieza. Es una morada paupérrima; sin embargo, muy limpia.

«Ésta es una observación que hago: en todas las visiones referentes a la vida humana de Jesús, he notado que tanto Él como María, José y Juan son siempre ordenados y limpios en sus vestimentas y en el rostro y cabeza.

«María regresa con el ánfora, entra y cierra la puerta. La estancia es iluminada por una lámpara que José ha encendido y puesto sobre su banco de carpintero, donde se inclina a trabajar nuevamente en unas pequeñas tablas, mientras María prepara la cena. Jesús, con las manos apoyadas en el banco, observa lo que José está haciendo.

«Después de haber rezado, se sientan a la mesa. Es José quien ora y María responde. Pero no entiendo nada. Debe ser un salmo. Aunque dicho en un idioma que me es totalmente desconocido.

«Ahora la lámpara está sobre la mesa. María tiene en su regazo a Jesús, a quien da de beber leche de la cabrita, mojando pedazos de pan cortados de una hogaza gorda. Parece pan hecho con centeno o cebada. Por su parte, José come pan y queso, un pedazo de queso y mucho pan. Luego María pone a Jesús sentado en un banquito cerca de ella y coloca en la mesa las verduras cocidas. Ella come después que José se ha servido. Jesús mordisquea tranquilamente su manzana y sonríe. La cena termina con aceitunas o dátiles —para ser aceitunas son demasiado claras y para ser dátiles están demasiado duros—. Nada de vino. Es la cena de gente pobre. Pero es tanta la paz que inunda esta estancia, que la visión de ningún palacio podría igualarse».

Reflexión
Dice Jesús a María Valtorta:
«La lección, a ti y a los demás, es una lección de humildad, de resignación y de gran armonía. Presentada como ejemplo para todas las familias cristianas, especialmente a las familias cristianas de esta particular y dolorosa época. Muchos, tan sólo porque son de los ‘medianos’ fieles que oran y me reciben en la Eucaristía, que oran y comulgan por ‘sus necesidades’, no por las necesidades de las almas y por gloria de Dios —porque es muy raro quien al orar no sea egoísta— muchos pretenderían tener una vida material fácil, próspera y feliz.
«José y María me tenían a Mí, Dios verdadero; sin embargo, [en Egipto] no tuvieron siquiera el pobre bien de ser pobres pero en su patria, en su pueblo donde, por ser conocidos, era más fácil encontrar trabajo.
«Con todo, tú los has visto, en esa casa prevalece la serenidad, la sonrisa, la concordia, y de común acuerdo se busca hacerla más agradable, incluso el pobre huerto, para que sea lo más semejante al que se dejó. Hay tan sólo un pensamiento: que a Mí sea menos desfavorable la Tierra. Amor de creyentes y de padres que se expresa en miles de cuidados, que van desde la cabrita, comprada con muchas horas extras de trabajo, a los juguetes hechos con los sobrantes de la madera, a la fruta comprada sólo para Mí, negándose ellos un bocado de alimento.
«En esa casa no hay nerviosismos, disgustos, caras largas, y no hay reproches recíprocos y mucho menos hacia Dios, que no los llena de bienestar material. José no reprocha a María que sea la causa de sus dificultades, y María no reprocha a José porque no sabe darle un mayor bienestar. Se aman santamente, eso es todo, y por eso su preocupación no es el propio bienestar, sino el del cónyuge.
«En esa casa se oraba. Ahora, en las casas se ora demasiado poco. Amanece y llega la noche, empiezan las labores y os sentáis a la mesa sin un pensamiento para el Señor, que os concede permiso de ver un nuevo día, de poder llegar a la nueva noche, que ha bendecido vuestro cansancio y os ha concedido que se convirtiese en medio para tener la comida, el fuego, la ropa, un techo, todo esto tan necesario a vuestra humanidad. Siempre es bueno lo que viene de Dios. Incluso si es pobre y escaso, el amor le da sabor.
«En esa casa había sobriedad. Habría habido aunque el dinero no faltase. Se come para vivir, no se come para darle gusto al paladar con la avidez de la gula y con caprichos de golosos, que se llenan al máximo y derrochan dinero en alimentos costosos sin un pensamiento para quien está escaso de alimento o de plano privado de él.
«En esa casa se amaba el trabajo. Se amaría aunque hubiera dinero abundante, porque en el trabajo el hombre obedece al mandato de Dios y se libera del vicio que como hiedra tenaz envuelve y sofoca a los ociosos, que son semejantes a piedras inmóviles.
«En esa casa reinaba la humildad. María habría tenido miles y miles de razones para ensoberbecerse. Muchas mujeres lo hacen tan sólo por ser un poco más cultas, o de origen más noble, o de fortuna superior a la del marido. María es Esposa y Madre de Dios; sin embargo, sirve —no se hace servir— al cónyuge, y es todo amor para él. José es el jefe de la casa. No obstante, es diligente en aligerar el cansancio y las labores a María, y las más humildes ocupaciones de una casa las hace él para que María no se canse».
27 de diciembre de 2009, Año 14, No. 755 El Observador